sábado, 17 de agosto de 2013

Yasuní

Recuerdo el año 1998 cuando apenas cursaba el segundo año de mis estudios de biología, ese año tuve la oprotunidad de visitar por primera vez el Parque Nacional Yasuní. En ese entonces llegar a la estación biológica de la Universidad Católica era una aventura que tomaba casi un día en completarse. La distancia del viaje fácilmente se olvidaba cuando uno por primera vez navegaba en las aguas del río Napo, pero también veía de cerca por primera como se desarrollaba la industria petrolera en la Amazonía. El impacto de la actividad era notorio desde la zona de Papallacta en donde comienza a ser visible el Oleoducto transecuatoriano (SOTE) y posteriormente este oledocuto es el compañero de viaje hasta llegar a los pozos mismos en el Bloque 16 en el Parque Nacional Yasuní. La vía a Lago Agrio era un completo desastre, comunidades empolvadas, caminos en pésimo estado y las compañías petroleras "hacían el favor" de regar crudo en el carretero para que el polvo se "asiente". Como biólogo estas son las primeras cosas absurdas que uno no entiende, como regar crudo en una carretera que se lavaría facilmente y terminaría contaminando los ríos, pero, esa era la realidad de aquellas zonas. Luego desde Lago Agrio, hacia Pompeya el recorrido está acompañado de una red interminable de tubos de todos los tamaños que serpentean junto a la carretera y atraviesan decenas de ríos. Se podía observar los diversos asentamiento humanos a lo largo de las vías abiertas para llegar a los pozos petroleros. La apertura de vías es la compañera indiscutible del desarrollo de las actividades petroleras en la Amazonía y con su apertura la facilidad para la colonización de todas estas zonas que alguna vez fueron selvas tropicales extensas. Los asentamientos que se observaban hasta llegar a Pompeya en la vía correspondían a colonos, kichwas y otros grupos indígenas. 
Una vez en Pompeya el ingreso a la estación de la PUCE no era controlada por los guardaparques del parque Yasuní, sino por los guardias de seguridad de la empresa Repsol. Esta fue una de las cosas que más me sorprendió, uno se quedaba sin su cédula de identidad para poder ingresar a la denominda Vía Maxus en el Bloque 16. En el recorrido desde este punto hasta la estación se comienzan a observar los poblados del grupo Waorani. Un grupo indígena que uno no sabe ni que existe y que los libros en la primaria y secundaria muy poco o nada dicen. Es por eso que ese primer contacto con ese grupo resulta siempre difìcil de llevarlo. Uno tiene miedo de lo que no conoce y uno no quiere lo que no conoce. Entonces, seguramente eso lleva a que se cree una desconfianza de no conocerlos y no saber como actuar.
Una vez en la Estación uno comienza a maravillarse por la naturaleza, por la abundancia de vida, la diversidad de formas y colores, por los ríos y los animales que aparecen de la nada y asimismo se vuelven a ocultar en la selva. Como biólogo uno trata de entender esa complejidad y ponerle números a lo que observa, el número de aves, la diversidad de plantas, el cuadrante o el transecto necesario para tener una muestra representativa del grupo de interés. Seguramente ese conocer hace que uno comience a querer y respetar la vida, el poder subir a una torre a observar aves a más de 30  metros de altura y sentirse abrumado por la vista, eso es lo que seguramente necesitamos para respetar un poco más la naturaleza y saber que somos parte de ella y no sus dueños. Pero también uno empieza a entender y cuestionarse que la extracción de petróleo es una necesidad para el país y es la energía que mueve al mundo. Irónicamente, esa energía esta justamente en el lugar con la biodiversidad más alta del mundo y es el hogar de grupos que dependen de la selva para su sobrevivencia. En estos días en algun blog leía que para que necesitan unas cuantas tribus de tantas miles de hectáreas si en unas pocas cientos de hectáreas viven millones de personas en la ciudad. Esto sin duda demuestra nuestra falta de capacidad para entender como funcionan las cosas y seguro explica nuestra desconexión con la naturaleza. Esos grupos que en su época fueron nómadas, y algunos aún lo son, han vivido en la selva, de sus recursos, de sus plantas, de sus peces, al ser grupos pequeños han sobrevido por centenas de años moviéndose en estas miles de hectáreas. Desafortunadamente, desde mediados del siglo anterior, los Waorani fueron contactados y obligados a asentarse en poblados estables, asentamientos forzados y financiados por el Estado y las empresas petroleras. Esto obligó o convirtió a muchas de estas familias a volverse dependientes cada día más de las empresas y en la actualidad se ha llegado al punto de que algunas familias van en camioneta o camiones de las compañías a sitios alejados de sus comunidad a realizar actividades de caza y pesca. Esto sin duda ha marcado a estas comunidades y ha transformado su vida diaria. Para quienes vivimos en las ciudades y nos basta con caminar unas cuadras y adquirir nuestros alimentos en los mercados locales resulta difícil entender su lógica de cazadores y recolectores y es probablemente este desconocimiento que ha fustrado los intentos de convertir a estos grupos en agricultores en medio de la selva.
Varios años después en el año 2006 se comienza a escuchar sobre la iniciativa Yasuní ITT, al comienzo parecía una propuesta innovadora y que podría ser una opción para limitar el desarrollo petrolero en el Yasuní digo limitar porque ya se desarrolló y desarrolla esta actividad en la zona del Parque Yasuní (Mapa adjunto). 
Bloques petroleros en el Parque Nacional Yasuní
Luego de analizar la propuesta me volví bastante escéptico de la posibilidad de que la propuesta pueda concretarse, especialmente cuando se tenía un Plan B, Plan C y así. Una de las primeras dudas sobre la iniciativa era la manera como se vendió la misma, como una propuesta que evitaría la emisión de algo más de 400 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. No se planteó nicialmente el cuidado de la biodiversidad, eso fue surgiendo con el tiempo. Aunque al comienzo parecía que la propuesta podría avanzar, las indecisiones del gobierno, el cambio de negociadores, el cambio de condiciones hacía que se vea más lejano el objetivo. A esto hay que sumarle que la inciativa es Yasuní-ITT, es decir sólo se refería a un bloque, el más oriental del Parque y no a todo el Parque, y aquí comienzan las confusiones. Se comenzó a armar toda una estrategia de comunicación mostrando la iniciativa como la salvadora del Yasuní en sus conjunto. Se montó toda una maquinaria publicitaria, se hicieron miles de afiches, miles de pulceras, miles de globos, decenas de eventos, y ésto claro debía estar atado a decenas de viajes para presentar la iniciativa. Finalmente, se logró consolidar 2 fideicomisos y los aportes se dieron en los montos conocidos. En este contexto, cada 6 meses aproximadamente se ponía fechas límites para ir con el plan "B" y finalmente llegamos al 15 de agosto del 2013. Este día finalmente el Gobierno se sinceró y tomó la decisión que el Gobierno cree la más adecuada. Solamente el tiempo dirá si esta decisión fue la correcta, pero en este momento queda analizar que el Yasuní y la explotación del bloque ITT es solo la punta del iceberg de un problema muy complejo que debemos afrontar. Algo que debemos agradecer a la iniciativa es que los ecuatorianos ya saben que existe un lugar llamado Yasuní. Esto debe servirnos para que los otros lugares Cuyabeno, Curaray, Sumaco, Antisana, Sangay, Llanganates, Poducarpus, también sean conocidos y defendidos como corresponde.
Las posiciones a favor  y en contra son extremas, y como casi todo en esta época no se puede llegar a puntos medios, o es blanco o negro, no hay puntos intermedios. Esto demuestra una vez más nuestra nula capacidad de negociar, de conversar, de pensar en todo el país, de no desacreditar, de evaluar las condiciones, de poner sobre la balanza las opciones. En su lugar, el resultado es una sociedad polarizada y limitada a ver solo una parte del problema ambiental.
Mi trabajo alrededor del Ecuador me ha permitido evidenciar los efectos de todas las actividades productivas humanas. Miles de hectáreas se deforestan cada año para expandir las zonas de cultivos, otras miles se transforman de bosques en pastos para saciar nuestra necesidad de carnes y lácteos. En los alrededores del Coca o Shushufindi se desarrollan miles de hectáreas de palma africana, también debe ser nuestra preocupación lo que ocurre con estas plantaciones. Nuestras ciudades crecen sin planificación, y por tanto, muchos de los residuos sólidos y casi todos los líquidos terminan en los ríos de nuestro país. Los ecosistemas están conectados, y los ríos son las venas y arterias que llevan lo bueno y lo malo a lo largo del país. La acumulación de tóxicos en peces debe también preocuparnos, muchas comunidades indígenas de Pastaza, Morona, Sucumbíos y Orellana consumen peces que tienen contaminantes en sus cuerpos, fruto de las diversas actividades que desarrollamos.
Es hora de pensar en los problemas ambientales en conjunto, el fin de la iniciativa Yasuní-ITT debe ser la oportunidad para tener un debate serio de todos estos problemas. Debe ser la oportunidad para replantear las evaluaciones de impacto ambiental que se realizan, para cambiar las formas como se otorgan las licencias ambientales, para definir como protegemos la biodiversidad que nos queda en todos los rincones del Ecuador, para quitar los subsidios innecesarios, ser más eficientes en el dinero que el Estado gasta. El reto es muy grande y es urgente un cambio de actitud en todos los ámbitos del desarrollo del país. Llevemos a nuestros hijos a recorrer el país, a disfrutar de los páramos, de los bosques nublados y de las selvas tropicales. Ellos sabrán querer, respetar y defender todos estos lugares cuando los conozcan, y sobre todo, busquemos formas alternativas para el aprovechamiento sustentable de nuestros bosques para que sean valorados en su conjunto y no sólo por los metros cúbicos de madera que puede producir una hectárea o las toneladas de CO2 que puedan acumular.